De los años de mi niñez recuerdo a mi madre enseñándome a respetar y amar las imágenes sagradas, siendo una de las más amadas las del Niño Jesús, ya en su cuna del pesebre, ya en los años de su preadolescencia. Mi madre me identificaba con Él, me enseñaba a mirarme en el Divino Niño cuando yo era muy pequeño y cuando entré en la preadolescencia. Ella despertaba en mí gran curiosidad por conocer su vida, por sentir su cercanía, al punto que comencé muy temprano a amar a ese Niño cuya imagen veía y me hacía suspirar aunque no conocía gran cosa de la misma. Luego me acostumbró a disfrutar de su presencia con un cariño sin igual. Fuera de los juegos y del estudio, principales tareas que me imponía, me enseñó a rezar principalmente el Padrenuestro, el Ave María y el Gloria, oraciones que yo rezaba en el ómnibus camino a la escuela todos los días. A los 13 años comencé a trabajar y descubrí que mi confianza en ello había crecido mucho. Porque no sólo amaba las imágenes del Padre Dios, de Jesús, María y José, sino también de algunos santos cuyas historias leía. Con el paso del tiempo, hasta hoy que tengo 67 años, los momentos de oración y de lectura tuvieron para mí un sentido de trascendencia, cosa que siempre disfruté y agradezco a Dios por haberme permitido conocerlas.
Daniel E. Chavez
Pje. Benjamín Paz 308 - S. M. de Tucumán